viernes, 18 de diciembre de 2009

Evangelio Viernes 18-12-09, San Mateo 1, 18-24

Cristo vino al mundo de la siguiente manera: Estando María, su madre, desposada con José y,
antes de vivir juntos, sucedió que por obra del Espíritu Santo esperaba un hijo. José, su esposo,
que era justo y no quería ponerla en evidencia, pensó dejarla en secreto. Mientras pensaba en
estas cosas, un ángel del Señor le dijo en sueños:
"José, hijo de David, no dudes en aceptar a María como tu esposa, porque la criatura que
espera viene del Espíritu Santo.
Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus
pecados".
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que había anunciado el Señor por boca del profeta
Isaías:
"He aquí que la Virgen concebirá y dará a luz un hijo, a quien pondrán por nombre Enmanuel,
que quiere decir Dios con nosotros".
Cuando José se despertó de aquel sueño, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y
recibió a su esposa.
Palabra del Señor.

Reflexión

Con una brevedad telegráfica, San Mateo nos cuenta en diez versículos lo que ocurrió desde la concepción al nacimiento de Jesús. Llama la atención que lo que resalta de este período, a diferencia de San Lucas, es la difícil situación en que se encontró José.

Si nos ponemos en su lugar, ¡no era para menos! Mientras María sufría en silencio, el bueno de José se debatía en medio de tremendas dudas. ¡Y pensar que él pudo haber denunciado a María por adúltera! ¡Y pensar que ella no tenía manera de probar lo sucedido! Todo forma parte del misterio que se hace historia humana, historia de Amor.

Los actores de cualquier obra teatral o de cine estudian concienzudamente sus diversos papeles, los ensayan una y otra vez, los ejecutan en privado y en público, hasta que los dominan totalmente. La improvisación en este ámbito es preludio de fracaso. No es así cuando Dios decide servirse de los hombres y por amor los elige. María y José son capaces de seguir las inspiraciones y la voluntad de Dios, aunque nadie les ha pasado de antemano sus “papeles”. Dios irrumpe en sus vidas y las “trastorna”. No obliga, seduce. Suscita el amor del hombre y entonces lo lleva por donde no hubiera soñado jamás… Cuando alguien se deja guiar por Dios, debe improvisar, y a pesar de la oscuridad de la fe, al final siempre brilla la luz. La actitud correcta es entonces el abandono en su voluntad.

María y José escriben una historia de amor única e irrepetible porque ambos se fían de Dios. A nosotros nos invitan a confiar más en su gracia que en nuestras cualidades, más en sus planes que en los propios. No hay mejor intérprete que aquel que deja que Dios haga la parte que en su vida tiene asignada ¡que no es poca! Cuando nos empeñamos en caminar dejando de lado su voz y preferimos no saber lo que Él quiere, sin darnos cuenta nos quedamos sin el “apuntador”, sin aquel que sabe en cada momento lo que mejor nos conviene y desea dárnoslo a conocer. Confiemos más y más en el Señor. Digamos con Pedro aquella bella oración: “Señor, a quién iremos, sólo tú tienes palabras de vida eterna”.

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