viernes, 15 de enero de 2010

Evangelio Viernes 15-1-10, san Marcos 2, 1-12

Cuando Jesús volvió a Cafarnaún, corrió la voz de que estaba en casa. Y muy pronto se aglomeró tanta gente que ya no había sitio frente a la puerta; mientras, Él enseñaba su doctrina. Y le quisieron presentar a un paralítico que iban cargando entre cuatro; pero, como no podían acercarse a Jesús por la cantidad de gente, quitaron parte del techo encima de donde estaba Jesús y, por el agujero, bajaron al enfermo en una camilla.
Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te quedan perdonados".
Algunos escribas que estaban allí sentados comenzaron a pensar:
"¿Por qué habla éste así?
Eso es una blasfemia.
¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?"
Conociendo Jesús lo que estaban pensando, les dijo:
"¿Por qué piensan así?
¿Qué es más fácil, decirle al paralítico:
"tus pecados te son perdonados", o decirle:
"Levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa?"
Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados (le dijo al paralítico):
"Yo te lo mando: levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa".
El hombre se levantó inmediatamente, recogió su camilla y salió de allí a la vista de todos, que se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo:
"¡Nunca habíamos visto cosa igual!"
Palabra del Señor.

Reflexión


¡Qué atrayente es la persona de Jesús! ¡Se juntaron tantos que ni aún junto a la puerta cabían!. Es cautivadora su figura porque refleja el amor del Padre. Él les hablaría del amor misericordioso de Dios que perdona al que le ofende y luego de perdonarle le ama como al más querido de sus hijos. No le guarda resentimiento, sino que le da todo lo que daría al hijo fiel y todavía más porque sabe que es débil y necesita de un mayor amor y cuidado.

Sin embargo, no todos los presentes le escuchaban por primera vez, al menos así parece por la forma de actuar. Quizá le estaban siguiendo desde tiempo atrás, quizá le habían visto obrar y habían convivido con Él. No lo sabemos. El hecho es que aparecen cuatro personas que conducen a un enfermo a Cristo. ¿Por qué lo hacen? Lo más seguro es que ya conocían al Maestro y también conocían el amor que en ese momento enseñaba a los demás. Quizá habían sido objetos de su bondad divina y ahora se dedican a pregonar la gran novedad del amor de Dios. Ha sido tan grande su experiencia y es tan grande la felicidad que han sacado de ella, que se dedican a comunicarla a los demás y a tratar de hacerla partícipe al mayor número de personas posibles. Es tan grande su deseo de transmitirla que rompen el techo de la casa para que un hombre más goce de la felicidad que da ser blanco del amor divino.

Así debemos hacer cada uno de nosotros en nuestras vidas: Esforzarnos por conocer profundamente a Cristo, para transmitirlo al mayor número de personas posible, por encima del cansancio o del sacrificio que ello pueda implicar. La verdadera felicidad de muchas personas depende de nuestro mensaje. No lo reservemos para nosotros mismos.

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